miércoles, 2 de octubre de 2013

Mi versión de la historia del mico y el árbol


(A alguien que aprecio mucho le oí una historia, escrita por otra persona, sobre un mico que viviendo en un árbol que le daba de todo, se pasó a otro que parecía ser mejor pero no... hoy quiero usar esa metáfora, la del mico y el árbol, para hablar de mí).

Hubo una vez en dicha selva un mico que vivía en un árbol. Tal vez, comparado con los demás árboles de ese lugar, no era el mejor lugar para vivir, tenía sus fallas, a veces le daba mucho el sol, a veces era algo incómodo, a veces los frutos que de ahí se obtenían no eran los mejores, pero el mico adoraba vivir ahí. Para él, así la selva estuviera llena de miles y miles de lugares donde pudiera estar mejor, ese era su sitio.

Le gustaba cómo se sentía la madera de sus ramas al contacto con sus patas, le daba sosiego; sus frutos no siempre eran los más óptimos, pero también sabía dar frutos con sabores óptimos, que en ningún otro lado podía encontrar. Y así las condiciones atmosféricas hicieran en ocasiones que vivir ahí fuera difícil, pues nada, el mico sabía, en medio de su completa ignorancia porque este miquito no sabe nada nada nada nada de la vida, que las condiciones varían y no siempre se puede esperar días bonitos en la selva.

Aun así, el mico sentía que la relación con su hábitat estaba cambiando, como si el animal estuviera agotando sus recursos, como si el mico necesitara otras cosas que el árbol no podía dar...

Y un buen día el miquito decidió dejar al árbol.

Ahora de lejos lo ve crecer más fuerte, más robusto, sus hojas se ven más verdes, su madera se ve más sana. Es como si el mico hubiera sido un animal egoísta y no se hubiera dado cuenta que le hacía daño. Ahora el miquito se siente desubicado, no quiere subir de nuevo a ningún otro árbol, ni quiere regresar al anterior; en el suelo, limitándose solo a respirar, con algo de nostalgia en sus ojos, ve como pasan los días y las noches en esa selva.


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