martes, 28 de abril de 2009

Postday



- Espérate un momento ¿Tenés un condón?

La pregunta, a esa hora de la noche, en ese estado en que ambos nos encontrábamos, era aún más importante que los cuestionamientos que la humanidad se ha hecho a lo largo de su corta historia.

Traté de pensar rápido pero el pensamiento se hace lento estando los dos desnudos, con uno de sus senos en mis manos, sintiendo su sexo caliente y húmedo cerca de mí, oyendo su respiración. Mierda, ese día no tenía ningún salvavidas conmigo, jamás acostumbraba a cargarlos conmigo en mi billetera por temor a que cuando fueran necesarios y requeridos éstos fueran ya inservibles (la regla dice que un condón no debe pasar en una billetera más de dos semanas). En mi maletín tampoco había. Ella tampoco tenía, el último en su poder lo habíamos gastado hacía poco.

Y entonces llegó el momento de tomar una decisión de esas que hacen necesario un razonamiento rápido, concienzudo; una decisión que requiere el uso de todas las ayudas posibles de ¿Quién quiere ser millonario? La ayuda del público (maldición, no hay público!), la llamada a un amigo (la muy tonta está en cine y ya no quedan más minutos en el celular), 50 – 50 (a ver, pensemos, lo meto, no lo meto, lo meto, no lo meto, esas son las opciones… capaz que de usar esa ayuda me deja lo meto y no lo meto, no, no sirve), cambio de pregunta (ajá, por cual otra la puedo cambiar?).

Quien haya estado en esa situación sabe que es demasiado difícil pensar en la decisión acertada. En caso de arriesgarse pues bueno… uno se arriesga a escuchar tiempo después algo así como “Oye… tengo un problema, hace dos semanas me debió haber llegado hace dos semanas pero aún nada”. Y en caso de decir “no! Paremos, dejemos mejor así” pues… fin de la noche, adiós, nos vemos en una mejor ocasión, estamos hablando, nunca cambies, hubiera podido ser mejor, lástima, tan bien que la estábamos pasando.

- No? Hagamos algo, hagámoslo sin miedo. Yo me ocupo de esto luego.

Una respuesta que en un momento de crisis, en un instante en que no se tiene cabeza para pensar rápido llegó a mis oídos. Perfecto, dos segundos tan largos como un día entero sin nada para beber, sonrisa maliciosa y cara de satisfacción en ambos rostros. Fue toda una noche sensual, donde saciamos el apetito de los sentidos, donde el olor de nuestro sudor y de nuestro sexo se fundió con el aroma de la noche, con que el perfume que destilan las estrellas en la madrugada.

Al día siguiente, cuando después de dormir toda la mañana y parte del mediodía, cuando abro los ojos y siento el dolor placentero en mi cuerpo, el cansancio en la baja espalda, algo de molestia en los muslos y al ver un par de arañazos por el pecho solo pensé: QUÉ HICE!.

Cuando hablé con ella me dijo que sí, que ya había comprado la pastilla que se debe tomar para esas ocasiones en que, por falta de precaución, uno no puede usar un condón como método de protección para esas lides. Y los días pasaban lento, la incertidumbre se apoderaba de mí y la maldita regla nada que daba señales de no vida (en otro caso, la aparición de algo o alguien indica señas de vida pero en este caso su llegada sería el más claro indicio de que no habría vida en ese vientre, al menos, por ahora). No comía, no trabajaba ni me encontraba a gusto en ningún lugar.

Hasta que una noche, dos semanas después ella dice, en medio de una conversación cualquiera, a mitad de un tema cualquiera, “ah! Por cierto, ya me llegó el período”. En ese momento oigo a un coro celestial compuesto por mil ángeles tocando las más finas notas entonar la más hermosa de todas las melodías. Sí, el instante más sublime de esos días, la confirmación de que Dios existe y me quiere. Ya me llegó el período. Como no ocultar la emoción contenida después de tanto tiempo. Ella sólo se sonrió pícaramente y sí, cambiamos de tema. No había nada de qué preocuparse.