Disfrutar de una película es para mí todo un ritual. Si voy a una sala de cine se debe escoger una buena ubicación, gaseosa y crispetas en lo posible, sin prisas porque según yo ver los cortos también hace parte de ese ritual. Si estoy en casa procuro estar acostado, con el ambiente en calma, evitando cualquier tipo de interrupción. Parte de esas máximas para disfrutar del cine es ver la película en su idioma original, ya sea inglés, francés, portugués, mandarín, el que sea, con tal que venga con unos buenos subtítulos no importa.
Siendo sincero conmigo mismo, no sé en donde radica tal condición. Quizás se deba a que creo que la voz del actor le da la fuerza a un personaje, que más allá de los gestos y ademanes que haga, es su voz la que cautiva.
Ver una película en cine, doblada al español, me sabe a película de fin de semana de canal nacional, protagonizada por Chuck Norris, Steven Seagal o Jackie Chan o cualquier drama de medio pelo que al final deja una enseñanza.
No es lo mismo escuchar, por citar un caso, a Severus Snape o a “ya tú sabes quién” decir Potter que Potta (como parece que dijeran en su acento inglés). No es lo mismo la voz de Scarlett Johannson que la voz de quien hace el doblaje. No es lo mismo la risa de Meryl Streep que la risa fingida de la actriz que la dobla al español. Es peor aún cuando se ve un doblaje hecho en España, me aguanto los filmes de ese país, más no sus doblajes.
La excepción a esta regla: las películas de animación si me gusta verlas en español; quizás sea para facilitarle el trabajo a ese niño interno que goza viéndolas. Un ejemplo: “Megamind”, me gusta mucho Tina Fey (quien le da la voz a la periodista) pero no, en este caso, las prefiero en español, como pasó con Shreck Forever o Toy Story 3.