Tal vez todo sería más fácil si de entrada, al conocernos, en lugar de listar nuestras cualidades y hablar maravillas de nosotros, nos dedicáramos a mencionar, de manera sensata, nuestros defectos casi del mismo modo en que nos sentamos a hablar bien de nosotros mismos. Eso les ahorraría a muchos meses de vida, al lado de alguien que creen ser de una forma, para que al final se les desfigure esa persona (no digo que se les destiña el príncipe azul a la primera lavada porque, por un lado esa metáfora ya la usó alguien en un libro y, por otro, porque creo los príncipes y las princesas pueden aparecer de todos los colores).
Entonces, cuando enumeremos nuestras obsesiones más recurrentes, lo que más nos irrita, nuestros placeres culpables y banalidades, nuestros defectos y esas aristas que quizás alguien debe conocer antes de meterse con nosotros, no volveremos a pelar el cobre. Tal vez la gente se enamore de nuestros sabiendo de entrada nuestros miles de defectos y se maraville ante nuestras cualidades que irán apareciendo con el paso del tiempo.
Incluso, si al menos, cuando conocemos a alguien, fuéramos sinceros y más equilibrados al hablar de nosotros mismos la cuestión sería diferente.
Un saludo, inspirado hoy.