Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir... y al fin andar sin pensamiento... perfume de naranjo en flor, promesas vanas de un amor que se escaparon con el viento... después ¿Qué importa el después?
jueves, 13 de agosto de 2015
Soñé que llevaba a su casa, no he ido nunca a su casa, pero en mi sueño sí. Había bastante luz, era un día soleado, a la entrada tenían materas con plantas y flores, parecía un lugar bonito. Toqué y ella abrió, salió y me besó. Entonces, en ese momento en sueños, ella me miró algo asustada porque tal vez no debió besarme, y ante esa nube de duda en su mirada, solo me acerqué a ella y fui yo quien la besó.
domingo, 9 de agosto de 2015
Hombres sin mujeres
"Convertirse en un hombre sin mujer es muy sencillo: basta con amar locamente a una mujer y que luego ella se marche a alguna parte. En la mayoría de los casos (como bien sabrás), son taimados marineros quienes se las llevan. Las seducen con su labia y las embarcan deprisa hacia Marsella o Costa de Marfil. Prácticamente nada podemos hacer frente a ello. También es posible que ellas mismas acaben quitándose la vida, sin haberse relacionado con ningún marinero. Frente a eso tampoco podemos hacer nada. Ni siquiera los marineros pueden.
Sea como fuere, así es como te conviertes en un hombre sin mujer. Todo sucede en un abrir y cerrar de ojos. Y una vez convertido en hombre sin mujer, el color de la soledad va tiñendo hasta lo más hondo de tu cuerpo. Como una mancha de vino que se derrama sobre una alfombra de tonos claros. No importa cuán amplios sean tus conocimientos en labores domésticas, porque eliminar esa mancha será una tarea terriblemente ardua. Quizá el color se vuelva desvaído con el tiempo, pero probablemente la mancha permanecerá hasta que exhales el último suspiro. Es una mancha cualificada y, como tal, también tendrá su derecho a manifestarse en público de vez en cuando. No te quedará más remedio que vivir con la suave transición de su color y con su contorno polisémico.
En ese mundo, todo suena de distinta manera. La forma de tener sed es distinta. El modo en que el pelo crece es distinto. La manera de atenderte de los empleados de Starbucks es distinta. Los solos de Clifford Brown también suenan distintos. La puerta del metro se abre de manera distinta. Incluso la distancia que hay caminando desde Omotesando— hasta Aoyama-itcho—me es bastante distinta. Aunque más tarde conozcas a otra mujer, y por muy estupenda que ésta sea (de hecho, cuanto más estupenda, peor), empiezas a pensar que la perderás desde el mismo instante en que la conoces. La sombra evocadora de los marineros, el timbre de las lenguas extranjeras en sus bocas (¿griego?, ¿estonio?, ¿tagalo?) te pondrán nervioso. Todos los nombres exóticos de los puertos del mundo te harán temblar. Porque ya sabes qué se siente al ser un hombre sin mujer. Tú eres una alfombra persa de tonos claros, y la soledad, la mancha del Burdeos que nunca se eliminará. La soledad la traen de Francia, y el dolor de la herida, de Oriente. Para los hombres sin mujeres, el mundo es una mezcolanza vasta e intensa, es la otra cara de la Luna en su totalidad."
Tomado de Murakami, Haruki, Hombres sin mujeres, Tusquets Editores, Bogotá, 2015.
sábado, 1 de agosto de 2015
Tonto y estúpido libro cursi
Los que me conocen saben de sobra que soy un romántico empedernido, que mi naturaleza es la de un hombre cursi. Sí, soy de ese tipo de hombre que suspira en medio de una comedia romántica, que cree en el poder del amor, en esas cosas. Por eso tal vez no les extrañe el tema que hoy me hace escribir.
Hace poco, en un momento de ocio en mi oficina decidí descargar un libro para leer en esos instantes como en el que me encontraba en que había poco o nada para hacer. Recientemente, en una visita a la librería vi en una de sus estanterías la portada de "Eleanor & Park", uno de tantos libros alojados en la sección de novedades que leen los jóvenes con avidez, escrito por uno de esos autores que han tomado fuerza gracias a sus páginas de internet, de esos que están apareciendo en masa en los últimos años.
Y me llamó la atención solo por su portada, en la que aparecían dos jovencitos escuchando música juntos con un mismo par de audífonos (cosa que, ahora que lo pienso, me recordó a "Begin again", una película protagonizada por Keira Knigthley y Mark Ruffalo). Como iba de salida, pensé que luego le daría una ojeada al libro, sin mayores pretensiones.
Un par de días después, me dio por leer una reseña que escribió alguien en Goodreads (una red social basada en libros, en la cual se puede añadir los que actualmente se están leyendo, añadir listas, gustos y preferencias para que el sistema haga recomendaciones de títulos, se pueda entrar en contacto con gente que tenga gustos afines...) y me llamó la atención la mención del libro.
Así que, intrigado, me dio por buscarlo y lo encontré en uno de tantos foros dedicados a esta literatura como tal.
Leí el libro en dos días.
(No es que sea una literatura difícil de leer, llena de enredidos y metáforas, que cuestionen la naturaleza del ser humano, no.)
Tampoco es el mejor libro que haya leído hasta el momento. No.
Simplemente es que el libro se dejó leer, fácil.
Es la historia del primer amor entre dos jóvenes de una secundaria en Estados Unidos; ambos son catalogados como raros, ella viste raro, es la nueva de la ruta del autobús escolar, no la chica más linda que se haya visto; él es de ascendencia coreana, es delgado, y es un joven en extremo callado. Y se conocen de un modo poco convencional, raro. Y comienzan a gustarse. Así se va desarrollando la historia, sin contar mayores detalles ni dar spoilers.
Y fue, quizás, lo que hizo evocar en mí, lo que más me gustó de toda la experiencia.
Cuando tenía apenas once años, tuve mi primera novia. Mi familia se acababa de mudar a una casa en un pasaje estrecho y yo era el niño nuevo de la zona. En esa época yo no salía de mi casa, mi hermano y yo nos entreteníamos con nuestros videojuegos, leyendo, viendo televisión, jugando entre nosotros. Empecé a notar que una niña que vivía diagonal a nosotros, miraba mucho para el balcón del segundo piso donde nos hacíamos mi hermano y yo. Y esa niña a veces parecía estar pendiente de lo que yo hablaba o decía.
No recuerdo cómo o porqué me hice amigo de ella. Tal vez fue su hermana mayor la que un día me llamó para presentarme a la hermana menor y, con el consentimiento de mi mamá, me acerqué. Nos hicimos amigos. Y salíamos a jugar y nos reíamos, de esas cosas que uno hace cuando es niño.
En las vacaciones, una vez entraron los amigos del pasaje a jugar con nosotros en nuestro nintendo y ella aprovechó un momento y me llevó arriba, a las escaleras del segundo piso que llevaban a la terraza y me dijo que yo le gustaba, que si nos hacíamos novios. Y dije que sí.
Fueron unos días bonitos. Bonitos porque me acostaba en el suelo del balcón a pensar en ella. Bonitos porque descubrí lo que eran los celos de una mujer (porque alguna vez se molestó cuando miré a alguna niña con los hormonales ojos de un prepuberto). Bonitos porque me quedaba charlando con ella de no sé que cosas que en ese instante de mi vida eran trascendentales (tal vez del último capítulo de Superboy, de lo que había pasado en Caballeros del Zodíaco, de esas cosas). Bonitos.
No sé cuánto duramos.Solo sé que se mudaron de casa y dejé de verla.
Un par de años atrás, mi mamá se encontró con la mamá de mi primera novia. Hablaron de esas cosas que hablan las personas que fueron vecinas en algún momento de la vida. Mi mamá me contó que ella, mi primera novia, ahora vivía con su actual pareja y que tenía dos hijos.
Y por esa sensación que me generó "Eleanor & Park" es la causa de esta entrada, recordar ese primer amor, puro y lo más de inocente.
Todo por ese tonto, estúpido y bonito, sobre todo bonito, libro cursi.
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