lunes, 18 de mayo de 2009

Chocolate


Cuando despertó aún sentía el dulce aroma que exhalaba de su compañera, algo tan delicado, tan puro, tan lleno de vida para el cuerpo de un ser humano, que no podía ser igualado por la fragancia de un exquisito perfume. Esa mujer le inspiraba tantas cosas que entre sueños sentía que su sudor era exquisito para su paladar.

La había conocido la tarde anterior, cuando vio venir corriendo a aquella diosa de ébano, buscando refugio del inclemente sol de esa ciudad del trópico, donde hacía varias semanas atrás no caía ni una sola gota de lluvia del cielo. Sus miradas se cruzaron, y ella, con una voz frágil exclamó: “Sálvame por favor de este calor del infierno”.

Corrieron hasta su carro donde encendió el aire acondicionado para que ambos se refrescaran. “Gracias, no sabes cuánto te lo agradezco”. Una charla siguió al agradecimiento, cómo te llamas, y tu edad, donde vivís, a qué te dedicas, pero qué coincidencia porque a mí también me gusta lo mismo, y un montón de frases que se dicen en el momento de intentar, en una primera conversación, conocer y codificar el universo de otra persona.

Y entre risas, la noche que iba aposentándose en aquella acalorada urbe los llevó a buscar refugio en una colina donde soplaba el viento más frio. Pasaron las horas y el hombre, fascinado por la figura de esa morena, por sus curvas, su aroma, la delicadez de su piel, las líneas finas de su cuerpo y, al ver que pronto habría que tomar una decisión rápida para seguir al lado de ella, tomó valor de donde no lo tenía y se arriesgó a proponer: “¿Vamos a mi apartamento?”.

Tan sólo se tardaron 20 minutos en atravesar la ciudad hasta el otro extremo; y bastaron 5 para que estuvieran en el sofá amándose, y así se les fue yendo la noche, entre el sofá, la cocina, el cuarto, envueltos por la calidez de las artes amatorias recorrieron todo el apartamento. Por último se tiraron en la cama donde se amaron acalorada y apasionadamente, eso sí, con las ventanas bien abiertas porque a ella el sofoco le impedía hacer algo a gusto.

Al despertar pensó que la noche anterior era un mero sueño, pero no, ver sus ropas con las de ella, confundidas en un camino proveniente de la sala le confirmó que todo era cierto. No la sintió a su lado y pensó que estaría desnuda en la cocina o en el baño, tomando agua o dándose una ducha para refrescarse ya que debió haberse despertado sudando como él, que justo ahora se pasó la mano por el pecho y sintió algo espeso, la misma sustancia que comenzó a sentir por todo su cuerpo. Abrió los ojos y vio como su cama y él estaban untados de chocolate derretido, quizás uno de los más dulces y finos que hubiera podido sentir. Sí, en la madrugada, por culpa del calor de su amor su diosa de ébano se había fundido entre sus brazos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Awww!!!
Que gonitooo!!!
Si hubiera estado alli me comeria todo el chocolate xDDD
Muy bacano tu escrito xD