miércoles, 4 de marzo de 2015

Acuarela



Dicen los que saben que la acuarela es una de las técnicas de pintura más agradecidos: se puede tener un poco de color seco en la paleta y basta con agregar algo de agua para levantar el color y poder volver a utilizarlo en caso de que se necesite. 

La acuarela toma las características del agua. Ambas deben fluir en el papel, para trabajarla los movimientos deben ser igual, fluidos, y así mismo debe ser la actitud que se asuma cuando se pinta. En cursos de pintura enseñan que el agua pasa rápido, la acuarela también; el agua es traslúcida, la acuarela también y que la acuarela debe generar los mismos movimientos del agua.

Y por eso me gusta.

Aprender a emplear acuarelas ha representado retomar ciertos aprendizajes, los de las clases de arte en el colegio, volver a coger pinceles, a perder el miedo a untarme, a limpiar, a pensar en la obra final. Mientras pinto pareciera que la cabeza se vacía de pensamientos, de problemas, de afanes, preocupaciones, ansiedades y todo eso. Soy yo frente al papel, dejando fluir las ideas, pensando solo en lo que estoy haciendo, nada más.

Pero también ha significado aprender a dejar ir las cosas. Un trazo mal hecho, no saber aplicar determinado color en determinado momento hace que el resultado final cambie por completo, porque no hay forma de cómo corregir. Por eso alguien que conozco, una amiga de esas que trae consigo la vida, una mujer que además de ser psicóloga es también una gran artista, me dijo que la acuarela era una de las técnicas más difíciles de llevar a cabo.

Y ese es, quizás, el principal aprendizaje que tengo que lograr en este momento.






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